
Painting of Molly Pitcher firing a cannon at the Battle of Monmouth in June 1778 by E. Percy Moran
Las mujeres desempeñaron un papel importante en la Revolución Americana y en la Guerra de Independencia. La historiadora Cokie Roberts considera a estas mujeres nuestras Madres Fundadoras.
Mujeres como Abigail Adams, esposa del delegado de Massachusetts al Congreso, John Adams, y Mercy Otis Warren influenciaron la política estadounidense de manera significativa. Abigail Adams intercambiaba cartas con su esposo mientras él estaba en Filadelfia, recordándole que, en la nueva forma de gobierno que se estaba estableciendo, debía “recordar a las damas” o ellas también iniciarían su propia revolución. Warren, igual de astuta como Adams, era una escritora prolífica. No solo registraba sus pensamientos sobre los acontecimientos que rodeaban Boston, sino que también incursionaba en la dramaturgia. Warren fue una devota feroz de la causa patriota. En diciembre de 1774, cuatro meses antes de que empezara las batallas en Lexington y Concord, escribió: “América se arma con resolución y virtud, pero aún retrocede ante la idea de desenvainar la espada contra la nación de la que derivó su origen.” En 1805, Warren publicó la Historia del origen, progreso y fin de la Revolución Americana (History of the Rise, Progress, and Termination of the American Revolution).

Las mujeres seguían a sus maridos en el Ejército Continental. Estas mujeres, conocidas como seguidoras de campamento, se ocupaban del lado doméstico de la organización del ejército: lavaban, cocinaban, remendaban ropa y brindaban ayuda médica. A veces se encontraban en las batallas. Tal fue el caso de Mary Ludwig Hays, más conocida como Molly Pitcher, quien se hizo famosa en la Batalla de Monmouth (Battle of Monmouth) en 1778. Hays primero les llevó agua a los soldados de un pozo cercano para calmar su sed en un día extremadamente caluroso y húmedo y luego reemplazó a su esposo herido en su puesto de artillería, disparando contra los británicos. De manera similar, Margaret Corbin fue gravemente herida durante el asalto a Fuerte Washington en noviembre de 1776 y dada por muerta junto a su esposo, también artillero, hasta que fue atendida por un médico. Corbin sobrevivió, aunque sus heridas la dejaron permanentemente discapacitada. La historia la recuerda como la primera mujer estadounidense en recibir una pensión vitalicia de veterana de guerra.
Phillis Wheatley, una esclava afroamericana que vivía en Boston, escribía poesía, convirtiéndose en una de las primeras autoras publicadas en las colonias y la primera mujer afroamericana en publicarse. Su colección de 1773, Poemas sobre varios temas, religión y moral (Poems on Various Subjects, Religious and Moral) fue popular en las colonias y Europa. Sus poemas se centraron en el patriotismo y las virtudes humanas. Incluso le escribió un poema a George Washington, “A Su Excelencia, George Washington”, en 1775, el cual ella le leyó personalmente en su cuartel general de Cambridge en 1776, mientras él estaba con el Ejército Continental en Massachusetts asediando a los británicos. Su visita fue el resultado de una invitación de Washington. Wheatley obtuvo su libertad después de la muerte de su amo en 1778.
La adolescente neoyorquina Sybil Ludington fue el equivalente femenino de Paul Revere, aunque cabalgó el doble de distancia que Revere y bajo una fuerte tormenta en abril de 1777. Su cabalgata la llevó a través de los condados de Putnam y Dutchess, Nueva York, donde levantó a la milicia local para luchar contra una fuerza británica que había atacado Danbury, Connecticut. Las Hijas de la Revolución Americana erigieron una heroica estatua ecuestre en honor a Ludington en Carmel, Nueva York, a lo largo de la ruta de cuarenta millas que ella recorrió.
La historia de una de las mujeres revolucionarias más famosas, Betsy Ross, es probablemente solo eso: una historia. A Ross a menudo se le atribuye haber cosido la primera bandera estadounidense: trece franjas rojas y blancas con trece estrellas en un campo azul en la esquina izquierda. Sin embargo, investigaciones posteriores muestran que la historia solo surgió alrededor del Centenario, en 1876, y fue promovida por el nieto de Ross, William Canby. Dado que el Congreso aprobó la Ley de la Bandera (Flag Act) en junio de 1777, casi un año después de que se supone que Ross hizo la bandera, la historia es probablemente apócrifa.

Así como las esposas de los soldados a menudo seguían al Ejército Continental, también lo hacían las esposas de los oficiales generales. El general Henry Knox, comandante de artillería del Ejército Continental, se casó con la bostoniana Lucy Flucker, hija de lealistas de Boston. Una vez que ella y Henry se casaron, todos los lazos entre ella y su familia se cortaron. Henry y Lucy se tenían devoción y lo acompañaba siempre que podía mientras él estaba en campaña. Ella soportó el campamento en Valley Forge y se hizo muy amiga de la esposa del general Nathanael Greene, Kitty. La esposa de George Washington, Martha Custis, pasaba cada invierno con su esposo dondequiera que estuviera el ejército. De hecho, una vez que George Washington dejó su querida propiedad de Mount Vernon en 1775 para asistir al Segundo Congreso Continental (Continental Congress) en Filadelfia, no regresó a su hogar hasta 1781, mientras el ejército combinado estadounidense y francés maniobraba hacia el sur desde la ciudad de Nueva York hasta Yorktown, Virginia, donde finalmente se obtuvo la victoria. Las esposas de los generales fueron igual de útiles como las esposas de los soldados en el cuidado y compasión hacia los soldados enfermos y heridos.
Las mujeres comunes también lidiaron con la guerra cuando llego a sus puertas. Sally Kellogg de Vermont y su familia escaparon de los horrores de la guerra en 1776 cuando la Guerra de Independencia llegó a norte del estado de Nuevo York y la improvisada flota de Benedict Arnold y la Armada Británica se enfrentaron en el lago Champlain durante la Batalla de la Isla Valcour (Battle of Valcour Island). Mientras la familia Kellogg logro escapar por agua, la familia de Sally “quedó entre la flota de Arnold y la flota británica”, recordó ella más tarde. Mientras la familia remaba hacia la seguridad en Fuerte Ticonderoga, el intercambio de disparos entre los barcos se podía ver y oír. Sally recordó: “pero felizmente para nosotros, las balas pasaron por encima. Las oímos silbar.” Sin embargo, la guerra siguió persiguiendo a la familia Kellogg. Un año después, tras haberse reubicado en Bennington, Vermont, los Kellogg se vieron forzados una vez más a ver los horrores de la guerra y, de nuevo al recordarlo, Sally afirmó que los resultados eran “un espectáculo para la vista. No había una casa [en las cercanías de Bennington] que no estuviera llena de heridos.”
De forma similar a las mujeres ochenta años después que se disfrazaron de hombres para servir en los ejércitos de la Guerra Civil, las mujeres de la Era Revolucionaria también ansiaban participar en la lucha, hacer su parte por la causa y estar involucradas en un momento histórico. Uno de los mejores ejemplos de una mujer que se disfrazó de hombre para luchar en el Ejército Continental fue Deborah Sampson de Uxbridge, Massachusetts. Sorprendentemente, ella también tiene un rastro documental de su servicio de combate en el ejército, donde luchó bajo el alias de Robert Shurtliff, el nombre de su hermano fallecido, en la compañía de infantería ligera del Cuarto Regimiento de Massachusetts. Se alistó en el servicio en la primavera de 1782 y entró en acción en el condado de Westchester, Nueva York, justo al norte de la ciudad de Nueva York, donde fue herida en el muslo y la frente. No queriendo que se revelara su identidad durante la atención médica, permitió que los médicos le trataran la herida de la cabeza y luego se escapó del hospital de campaña sin ser notada, donde se extrajo una de las balas del muslo con una navaja y una aguja de coser. La otra bala estaba alojada demasiado profundo y su pierna nunca sanó por completo. Su identidad fue finalmente revelada durante el verano de 1783 cuando contrajo fiebre mientras estaba de servicio en Filadelfia. El médico que la trató guardó su secreto y la cuidó. Después del Tratado de París (Treaty of Paris), Henry Knox le concedió una baja honorable del ejército. Al igual que otros veteranos del Ejército Continental, ella solicitaba continuamente al gobierno estatal y federal su pensión por el servicio. Más tarde se casó y tuvo tres hijos, estableciéndose en Sharon, Massachusetts. Para ayudar a cubrir sus gastos, a menudo daba conferencias públicas sobre su servicio en tiempos de guerra. Cuando falleció en 1827, ya estaba cobrando pensiones mínimas por su servicio tanto del gobierno de Massachusetts como del federal. En su memoria, una estatua se alza hoy frente a la biblioteca pública de Sharon, honrando su servicio y sacrificios en la Guerra Revolucionaria.
Muchas mujeres de todas las clases sociales y orígenes reconocieron el valor de la causa estadounidense y se esforzaron por servir a la causa de la nueva nación.